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Mónica Del Valle

¿Todos los antojos son iguales? (Parte 2)


La semana pasada empezamos a hablar de que hay diferentes clases de antojos… Mencioné que hay antojos que nos apoyan (“apoyosos” decía una amiga), antojos que nos distraen o que son el reflejo de una distorsión y antojos que asociamos a algo. Vamos a ver ahora de qué se tratan. Mi maestro Marc David del Institute for the Psychology of Eating me enseñó esto sobre los antojos y sus diferencias:

Un antojo que nos apoya es cuando el cuerpo de verdad necesita algún componente o elemento que tiene ese alimento en particular para su sanación o para su buen funcionamiento. ¿Alguna vez hemos observado a los animalitos comer pasto o alguna otra hierba, o incluso comer algo de lodo? Nadie le dice a un gato que se coma el pasto para eliminar de su cuerpo algo que le está cayendo mal; simplemente lo hace a partir de una necesidad instintiva de su cuerpo.

Lo mismo ocurre con los humanos. Más allá de lo que creamos, a veces nuestro cuerpo nos pide determinados alimentos que le están haciendo falta. Después de un catarro, podemos percatarnos de tener antojo de cítricos; el cuerpo nos hace desear la vitamina C de los limones, naranjas, uvas o guayabas. A veces puede no parecernos lógico un antojo, pero si estudiamos los componentes de ese alimento que se nos está antojando, es probable que sepamos de dónde viene el antojo: los higos frescos ayudan contra la depresión, la frambuesa para el dolor de cabeza y el cansancio. El cuerpo nos hace desear algo que necesita para su sanación o buen funcionamiento, aunque, por lo general, son antojos particulares para una persona en un cierto momento de su vida. Y eso ya es una pista para detectar que es este tipo de antojos.

Un antojo que es una distorsión o nos confunde nos lleva a comer algo que más bien drena nuestra energía o incluso nos enferma. Puede ser que un antojo “distorsionado” sea tan intenso como un antojo que nos apoya, pero el resultado de ceder a esos antojos que nos distraen es una sensación de cierta pesadez, de sentirnos sin tanta energía después de un rato y sentirnos culpables. Muchos de nosotros sentimos la necesidad de ciertos alimentos que sabemos que van a desencadenar una reacción adversa, especialmente cuando los consumimos en exceso: azúcar, alcohol, comida frita o comida chatarra, por poner algunos ejemplos.

A veces nos preguntamos cómo es posible que lo mismo sintamos un antojo por algo que nos hará sentir mejor como por algo que nos hace daño? ¿El cuerpo sabe o no sabe? Y es que depende de la naturaleza del antojo, de aquello que anhelamos. La vida en sí es un anhelo constante. Anhelamos tener sentido, propósito de vida, anhelamos amor y anhelamos poder cumplir nuestros deseos. Detrás de cada acto humano, grande o pequeño, se puede ver un anhelo… de más calidad de vida, más profundidad de vida.

Pero a través de las diversas experiencias u obstáculos que vamos enfrentando, estos anhelos se van distorsionando. Por ejemplo, un anhelo natural por tener mayor fortaleza se puede convertir en una compulsión por ejercer la fuerza o el poder sobre otros. Un anhelo por una relación de amor se puede convertir en un intento sin esperanza de necesitar que todos nos aprueben. O el anhelo por una vida plena se puede convertir (por distorsión) en una obsesión por acumular dinero o fama.

El cuerpo también tiene anhelos. Anhela agua, alimentos, oxígeno… anhela experiencias sensoriales, sonidos, caricias, aromas, sabores… Anhela sentirse vivo a través de cosas placenteras, sabrosas, gozosas. El cuerpo pide más de sí mismo. Pero así como los anhelos psicológicos, los anhelos biológicos también se pueden distorsionar y algunos de nuestros antojos nos lo pueden ilustrar.

El cuerpo puede tener la convicción de que el consumo excesivo de sustancias nocivas es benéfico o al menos no le hace daño. Muchas veces anhelamos experiencias de vida que creemos que nos hacen falta. Podemos ir en pos de una amistad, de una relación, de un trabajo o de un esquema de hacer dinero que en principio parece una buena idea, pero que más tarde comprobamos con vergüenza que fue un desacierto.

De esa misma forma, el cuerpo puede no darse cuenta del poder que tienen algunas sustancias o algunas experiencias que de entrada prometen ser satisfactorias y que nos harán sentir bien, como el alcohol en exceso y el azúcar, por mencionar dos muy obvias.

Ya vimos dos clases de antojos… la próxima semana veremos una tercera categoría… pero mientras te invito a que reflexiones sobre las veces en que has sentido alguna de estas dos variantes de antojos o anhelos… y a reflexionar en cómo acostumbras responder a ellos. Ya estamos aprendiendo a reconocerlos y a ver de qué más pueden hablar… ¿estamos dispuestos a ser parte activa de nuestro bienestar?

Si crees que esta entrada le pueda ser de utilidad a alguna persona, por favor comparte… Y cuéntanos de tu experiencia con los antojos.

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